Preguntarse si Dios existe o no y hasta qué punto conviene, por si acaso, ser creyente es bastante habitual. Sin embargo, no lo es tanto realizar un estudio sobre ello. Quizás porque los científicos difícilmente pueden aplicar aquí su demoledor método basado en la experimentación y la observación para llegar a conclusiones comprobadas “científicamente”. Pero hubo una época en la que los pensadores se dedicaban tanto a la ciencia como al arte y al espíritu, fue cuando Blaise Pascal hizo su apuesta.
La apuesta -le pari, en francés- o el infini-rien consiste en unas reflexiones pioneras en la teoría de juegos que conciernen a algo metafísico: la existencia de Dios. Pascal intentó convencerse de ella utilizando la probabilidad matemática. Su apuesta es una de las primeras aportaciones a una idea trascendental: de una situación de incertidumbre es posible inferir, utilizando una aritmética correcta, un conjunto de decisiones completamente desvinculadas del azar. Numerosos científicos del siglo XVII rivalizaban en concursos para el diseño de una lotería del estado más justa y apostaban a ver quién era el primero que conseguía reventar la banca de un casino. De manera más o menos ociosa, pero siempre lucrativa, iniciaron la teoría de la probabilidad. La contribución de Pascal se distingue del resto porque se atrevió a equiparar las cuestiones del bingo y las de Dios e intentó resolverlas con el mismo formalismo matemático.
El infini-rien, hallado en el bolsillo de Pascal cuando murió, consiste en dos hojas de papel escritas en distintos momentos y con muchas tachaduras. Esta manera de trabajar no era habitual en él. Sus pensamientos acostumbraban a salir de manera pausada, ordenada, y eran plasmados con una caligrafía clara y sin apenas borrones. A tenor de esto, se han hecho muchas fabulaciones. Una de ellas se lo imagina sufriendo de insomnio por el miedo a la muerte. El filósofo, un buen racionalista, habría intentado dar una solución lógica al problema de la vida eterna. Escribe en la cama, como parece indicar la mala letra de la primera parte del texto, hasta caer dormido. Después corrige y añade múltiples pasajes en los márgenes. Aunque la escenificación sea probablemente falsa, parece claro que el espíritu de Pascal estaba acongojado y que sus propios argumentos no le convencían.
Probablemente fue el temor a posibles represalias lo que hizo que no escribiera un texto definitivo, y por tanto publicable, con sus reflexiones acerca de Dios y la vida tras la muerte. El texto en borrador consiste en un diálogo entre un maestro de fe convencida -Pascal- que anima a su joven discípulo a que aparque sus dudas y crea en Dios. Empieza planteando el gran dilema: ¿existe o no? Se atreve a admitir, hecho nada usual en su época, que no puede responder. Sin embargo, no se detiene aquí y asigna una probabilidad indeterminada a que sí y la probabilidad opuesta a que no.
Apostar por Dios requiere practicar la fe aunque, como el maestro admite, sea un sacrificio ir a la iglesia, dar limosna y comportarse según los preceptos religiosos; pero defiende que la recompensa de la vida eterna compensa con creces por todo ello. El discípulo no cede fácilmente y recuerda que no está demostrado que haya un ser superior. Pero el maestro insiste: hay poco que perder y mucho que ganar. También apela al sentido práctico. ¿Qué es lo que más desea el joven? ¿ser feliz? Evidentemente, sí. Pues debe maximizar la función felicidad de tres elementos: una pizca de sacrificio, unos gramos de placer pecaminoso y una enorme e infinita recompensa que revertirá en su favor sólo si Dios existe y, a su vez, se ha portado bien. La optimización del patrimonio de felicidad propuesta es similar a la de un broker especulando en la bolsa. Hay que gestionar tres tipos de valores para obtener la felicidad máxima al margen de la incertidumbre reinante. ¡El capitalismo aplicado a cuestiones metafísicas!
El argumento de esperanza, denominado así por los comentaristas de Pascal, solicita que el promedio de nuestra felicidad sobre la probabilidad de que Dios exista sea positivo; es decir, que el placer mundano más la recompensa incierta de una vida eterna supere al sacrificio intrínseco de la religión. Pascal concluye que se debe creer en Dios si hay una mínima posibilidad, diferente de cero, de que exista; porque el hipotético infinito de la vida celestial minimiza cualquier sacrificio en una vida finita. Con esta argumentación, de la que procede el nombre infini-rien, Pascal convence definitivamente al joven discípulo.
Teniendo en cuenta la conclusión de Pascal, cualquier agnóstico debería considerar los beneficios de practicar la fe por poco que confíe en ello. En cambio, un ateo descartaría el razonamiento de entrada puesto que para él dicha probabilidad sería nula. Recordemos también que Pascal ideó una de las primeras calculadoras, la pascalina, del tamaño de una caja de zapatos, hecha en madera y llena de engranajes. Podemos imaginarle evaluando constantemente su patrimonio de felicidad, sacrificándose el mínimo necesario para asegurarse la posible recompensa y contando el máximo aceptable de placer alocado.
¿Por qué no recurrir a nuestros avanzados ordenadores y calculadoras? Optimicemos nuestros pecados y recemos lo suficiente para compensar. ¡La vida es un juego de estrategia!
La apuesta -le pari, en francés- o el infini-rien consiste en unas reflexiones pioneras en la teoría de juegos que conciernen a algo metafísico: la existencia de Dios. Pascal intentó convencerse de ella utilizando la probabilidad matemática. Su apuesta es una de las primeras aportaciones a una idea trascendental: de una situación de incertidumbre es posible inferir, utilizando una aritmética correcta, un conjunto de decisiones completamente desvinculadas del azar. Numerosos científicos del siglo XVII rivalizaban en concursos para el diseño de una lotería del estado más justa y apostaban a ver quién era el primero que conseguía reventar la banca de un casino. De manera más o menos ociosa, pero siempre lucrativa, iniciaron la teoría de la probabilidad. La contribución de Pascal se distingue del resto porque se atrevió a equiparar las cuestiones del bingo y las de Dios e intentó resolverlas con el mismo formalismo matemático.
El infini-rien, hallado en el bolsillo de Pascal cuando murió, consiste en dos hojas de papel escritas en distintos momentos y con muchas tachaduras. Esta manera de trabajar no era habitual en él. Sus pensamientos acostumbraban a salir de manera pausada, ordenada, y eran plasmados con una caligrafía clara y sin apenas borrones. A tenor de esto, se han hecho muchas fabulaciones. Una de ellas se lo imagina sufriendo de insomnio por el miedo a la muerte. El filósofo, un buen racionalista, habría intentado dar una solución lógica al problema de la vida eterna. Escribe en la cama, como parece indicar la mala letra de la primera parte del texto, hasta caer dormido. Después corrige y añade múltiples pasajes en los márgenes. Aunque la escenificación sea probablemente falsa, parece claro que el espíritu de Pascal estaba acongojado y que sus propios argumentos no le convencían.
Probablemente fue el temor a posibles represalias lo que hizo que no escribiera un texto definitivo, y por tanto publicable, con sus reflexiones acerca de Dios y la vida tras la muerte. El texto en borrador consiste en un diálogo entre un maestro de fe convencida -Pascal- que anima a su joven discípulo a que aparque sus dudas y crea en Dios. Empieza planteando el gran dilema: ¿existe o no? Se atreve a admitir, hecho nada usual en su época, que no puede responder. Sin embargo, no se detiene aquí y asigna una probabilidad indeterminada a que sí y la probabilidad opuesta a que no.
Apostar por Dios requiere practicar la fe aunque, como el maestro admite, sea un sacrificio ir a la iglesia, dar limosna y comportarse según los preceptos religiosos; pero defiende que la recompensa de la vida eterna compensa con creces por todo ello. El discípulo no cede fácilmente y recuerda que no está demostrado que haya un ser superior. Pero el maestro insiste: hay poco que perder y mucho que ganar. También apela al sentido práctico. ¿Qué es lo que más desea el joven? ¿ser feliz? Evidentemente, sí. Pues debe maximizar la función felicidad de tres elementos: una pizca de sacrificio, unos gramos de placer pecaminoso y una enorme e infinita recompensa que revertirá en su favor sólo si Dios existe y, a su vez, se ha portado bien. La optimización del patrimonio de felicidad propuesta es similar a la de un broker especulando en la bolsa. Hay que gestionar tres tipos de valores para obtener la felicidad máxima al margen de la incertidumbre reinante. ¡El capitalismo aplicado a cuestiones metafísicas!
El argumento de esperanza, denominado así por los comentaristas de Pascal, solicita que el promedio de nuestra felicidad sobre la probabilidad de que Dios exista sea positivo; es decir, que el placer mundano más la recompensa incierta de una vida eterna supere al sacrificio intrínseco de la religión. Pascal concluye que se debe creer en Dios si hay una mínima posibilidad, diferente de cero, de que exista; porque el hipotético infinito de la vida celestial minimiza cualquier sacrificio en una vida finita. Con esta argumentación, de la que procede el nombre infini-rien, Pascal convence definitivamente al joven discípulo.
Teniendo en cuenta la conclusión de Pascal, cualquier agnóstico debería considerar los beneficios de practicar la fe por poco que confíe en ello. En cambio, un ateo descartaría el razonamiento de entrada puesto que para él dicha probabilidad sería nula. Recordemos también que Pascal ideó una de las primeras calculadoras, la pascalina, del tamaño de una caja de zapatos, hecha en madera y llena de engranajes. Podemos imaginarle evaluando constantemente su patrimonio de felicidad, sacrificándose el mínimo necesario para asegurarse la posible recompensa y contando el máximo aceptable de placer alocado.
¿Por qué no recurrir a nuestros avanzados ordenadores y calculadoras? Optimicemos nuestros pecados y recemos lo suficiente para compensar. ¡La vida es un juego de estrategia!
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